SÓLO DENUNCIARÉ
A MI HIJO/A SI ME MATA
HIJOS QUE
MALTRATAN A SUS PADRES
Existen muchos
testimonios de casos de violencia de hijos hacia padres y, especialmente, hacia
las madres. Son casos en los que el insulto suele ser constante de los hijos
hacia el o los progenitores. Casos donde los hijos consiguen sus exigencias,
sin “pagar el precio” ni cumplir ningún tipo de normas establecidas. Acciones
violentas de los hijos hacia el mobiliario u otros enseres familiares, e
incluso agresiones físicas de los hijos hacia uno o los dos progenitores.
Casos que
conocemos a través de, por ejemplo, el programa “Hermano mayor”, conducido por
el excampeón olímpico de waterpolo, Pedro García, donde aparecen en tv casos
extremos de violencia de hijos con sus padres, agresiones físicas, agresiones
verbales y agresiones emocionales.
El juez Emilio
Calatayud, titular del Juzgado de Menores 1 de Granada, y el propio Pedro
García abogan por que estos hechos sean denunciados desde los primeros indicios
o muestras de este tipo de conductas o comportamientos. Denuncias que, en
muchos casos, los progenitores no suelen hacer por miedo o vergüenza. Y que
sólo se “destapan” ya es demasiado tarde y con trágicas consecuencias, o bien
de difícil solución.
Según la Voz de
Galicia (4-nov-2013) “Los casos de maltrato de hijos a padres se disparan un 40
%”. Pensemos que en el año 2012 se registraron en España un total de 9.000
casos. Por tanto estamos hablando de un tema que debería ser muy preocupante,
en primer lugar porque no se conocen cuantos casos son los casos reales, sobre
todo debido a que éstos no son denunciados en su totalidad; y en segundo lugar
porque éstos van, progresivamente, aumentando en nuestro País, y donde parece
que únicamente estamos actuando y preocupándonos con medidas “correctoras”.
Según (mi
tocayo) el juez Emilio Calatayud, “El 25 % de los casos juzgados en Menores son
ya por este motivo y se ha llegado a ver, incluso, a padres con piernas rotas
en familias de clase media alta”.
El aumento de
la violencia y la agresividad física y verbal de los hijos hacia los padres es
cada vez mayor, tanto en familias de cualquier estamento social, familias
tradicionales como en familias monoparentales (mayor índice en estas últimas).
Pero uno de los grandes problemas es que
no se conocen todos los casos, debido a que muchos padres no denuncian estas
actitudes pensando que es una actitud pasajera y que “cambiará” en el futuro o bien, como hemos
dicho antes, por miedo o vergüenza de los progenitores.
Por tanto, y
como viene siendo mi preocupación (como también dice el Juez de Menores “algo
estamos haciendo mal”), creo que debemos hacer un gran esfuerzo en la formación
y el desarrollo de una educación y desarrollo de la inteligencia emocional,
primero en nosotros mismos como padres y/o profesores y posteriormente
transmitir a nuestros niños de hoy quienes serán la sociedad del futuro.
Desde hace
años, en mis seminarios benéficos, cursos, talleres, artículos y libros, mi
principal mensaje es el desarrollo de una verdadera Inteligencia Emocional en
los niños, para lo que los padres, profesores y adultos en general debemos
realizar primero para poder “transmitir” después. Se trata de no permitir que
sigamos siendo unos “Ignorantes Emocionales” y evitar que nuestros hijos y
alumnos también se conviertan en unos “analfabetos” emocionales.
Actualmente
(como ya hemos dicho) existen medidas paleativas para intentar corregir y
combatir estos hechos de agresividad y violencia de niños con otros niños,
niños con profesores y de niños con padres; pero existen pocas iniciativas
orientadas a desarrollar medidas preventivas en la educación de nuestros hijos
(desde que nacen). Cada vez más, ocurre que las nuevas generaciones se adentran
en la “cultura del impulso y del instinto”.
Por diferentes
circunstancias sociales, laborales, coyunturales, etc., muchos padres piensan
que la educación de sus hijos corresponde, en gran medida, a las instituciones,
colegios, institutos, amigos, etc., y que es poca la responsabilidad de los
padres ¡nada más lejos de la realidad! La verdadera educación es una
responsabilidad al 100 % de los padres; y las instituciones no dejan de ser
herramientas a nuestro servicio. La formación y educación en valores y
emocional no se realiza por transmisión de conceptos, ideas o conocimientos,
sino por mimetismo, es decir se transmite “por los poros”: nuestra forma de
hablar, de afrontar las vicisitudes, de buscar soluciones, de perseverar,
nuestra capacidad de escuchar a los demás antes de juzgar, nuestra capacidad de
expresar lo que sentimos, de comunicarnos de forma abierta y efectiva, de
asegurarnos que se nos ha entendido o saber qué se ha entendido de lo dicho,
etc., etc.
Trabajar la
autoconciencia, la autoestima, el autocontrol, la empatía, la motivación, la
asertividad, la cooperación, la colaboración, la capacidad de comunicación,
etc., etc., son fundamentales para poder trabajar de forma PREVENTIVA los casos
de agresividad y violencia que hemos comentado anteriormente.
En definitiva
se trata de ser capaces de desarrollar (primero en nosotros mismos)
determinadas habilidades intrapersonales e interpersonales y poder educar a
nuestros hijos de acuerdo con unos valores sólidos alineados con los Principios
(Autoridad, Respeto, Justicia, Solidaridad, Servicio a los demás, Trabajo, Esfuerzo, etc.). Y no dejar
que sea la sociedad, los medios de comunicación, el contexto, el entorno, etc.,
quienes eduquen a nuestros hijos según los “Valores de Moda”.
Este tipo de
problema del que estamos hablando, no sólo hace que los hijos sean agresivos
con los padres, sino también con otros jóvenes, con sus profesores, con sus
parejas, con desconocidos, etc. Este tipo de actitudes suele ser fruto de un
déficit de autocontrol, de falta de empatía, de baja autoestima, de déficit
afectivo, de una verdadera relación paterno-filial que le provoca falta de
apego y modelos en valores reales (Principios), incapacidad de identificar
emociones, motivación por los “valores de moda” (donde, por ejemplo, el fin
justifica el medio) y no por los Principios fundamentales (Véase mi artículo en
este blog “¿Y a ti qué te mueve, tus principios o tus valores?”); también
debido a una incapacidad de autocrítica y de aprender de los propios errores o
de las experiencias de los demás (por soberbia), por un alto egocentrismo, por
un constante o frecuente “secuestro amigdalar” que le provoca déficit en el
desarrollo del sentimiento de culpa, desarrollo de conductas habituales sin
consecuencias para ellos (mentiras, desafíos, crueldad hacia hermanos y/o
amigos, etc.).
LAS BUENAS
NOTICIAS
Las buenas
noticias son que las habilidades de la
Inteligencia Emocional se pueden trabajar y desarrollar desde cualquier
momento en el que estemos, la edad que tengamos, e independientemente del nivel
en el que nos encontremos.
Como primeros
consejos, podríamos decir que es fundamental no ser violentos en las
interacciones con nuestros hijos. Nosotros somos un modelo, y si somos
violentos ellos “copian” y serán violentos con los otros, porque es lo que han
aprendido, han aprendido que así es como se resuelven los conflictos o como se
consigue imponer el criterio.
Es fundamental
que trabajemos con nuestros hijos las emociones, que sepan identificar cuáles
son los sentimientos que tienen ante cualquier hecho o acontecimientos. Que
sean capaces de ponerles nombre. No es posible preguntar a alguien “¿Cómo
estás?” y te conteste “bien” o “mal”. No existe el “estar bien” o ”estar mal”.
Yo puedo estar alegre, triste, expectante, frustrado, depresivo, nervioso,
etc., independientemente de mis tendencias psicológicas en cualquier de los
casos anteriores podré estar “bien” o “mal”. Por tanto debemos enseñar a los
niños a poner nombre a cómo se sienten y que lo expresen. Por ejemplo,
empezando por nosotros mismos e informando a los niños de cómo me siento…
“sabes hijo, hoy estoy decepcionado, frustrado… porque …”
Después es
importante enseñarles a los niños pequeñas formas de controlar esas
determinadas emociones que les hacen sentir mal debido a un hecho o
acontecimiento sucedido, pequeñas formas para poner espacio y tiempo entre el
hecho en sí que me provoca esta emoción y el intentar solucionarlo. Pequeñas
fórmulas como el tradicional “contar hasta diez” , alejarse unos minutos a otra
habitación, escribir un diario, salir a correr, aprender a respirar y calmarse,
etc. En definitiva, se trata de dar tiempo y espacio a que se les pase el
“secuestro amigdalar” y posteriormente poder volver a hablar (asertivamente)
sobre lo ocurrido, sus preocupaciones, qué sienten, cuáles son sus intereses y cómo podemos buscar intereses comunes que han
aprendido, qué aspectos positivos pueden destacar, etc.
Es importante
que los hijos sean conocedores de los principios y valores morales y qué
consecuencias pueden tener determinadas “malas” acciones o comportamientos. “Tú
eliges la acción, las consecuencias te vienen dadas”. Los niños deben saber que
existen principios y valores morales que se deben cumplir.
Las normas de
comportamiento deben estar claras, deben conocer cuáles son sus derechos pero
también, y sobretodo, sus obligaciones. Deben conocer que el límite de sus
derechos termina donde comienzan los derechos de los otros. Conocer que vivimos
en sociedad (familia) que existe el respeto, el compañerismo la colaboración y cooperación para que
funcione, que existen objetivos a cumplir para toda la familia y con los que
debo aportar. Las tareas de casa son de todos y se deben realizar entre todos.
Ojo, aquí también es importante la utilización del refuerzo positivo y no del
negativo, es decir para motivar no se trata de decir “lo mal que has hecho la
cama” (por ejemplo), sino “enhorabuena, has hecho la cama… posiblemente
quedaría mejor si…” A veces, una exagerada exigencia en calidad de cumplimiento
hace que rechacen volver a realizar algo que se les dice que “hacen mal” y por
tanto anulamos su capacidad de iniciativa y proactividad.
Trabajar la
autoestima, que sepan valorar sus puntos fuertes y conocer sus debilidades. Que
sean capaces de aceptar sus diferencias y por tanto no existe un “modelo social
al que copiar”, sino que yo soy como soy y valgo lo que valgo… y lo que me
digan los demás no me afecta porque yo soy suficientemente conocedor sobre mí,
mis fortalezas y mis debilidades.
Bien, y para
concluir, todo esto NO se hace con una corta, vaga y superficial interacción
diaria o semanal con nuestros hijos. Se hace necesario dedicar tiempo, interés
real, esfuerzo y paciencia para trabajar todos estos aspectos comentados y
sobre todo a escuchar sus inquietudes, sus experiencias, leer su lenguaje
gestual y paraverbal, aprender a entenderles, a ser realmente “empáticos” con
ellos. En definitiva a establecer una verdadera sintonía y conexión emocional
con nuestros hijos, donde sepamos qué es lo que sienten, qué les preocupa, qué
y como piensan, cómo actúan, con quiénes se relacionan, etc. A veces no es
necesario darles soluciones, o incluso es peor porque nuestras respuestas o
soluciones a sus problemas vienen dadas desde nuestra propia “autobiografía” y
experiencias propias, y sin embargo sus circunstancias son otras, lo que
entonces puede provocarles rechazo. Cada persona somos “un mundo distinto”, con
unos prejuicios, experiencias, emociones, creencias y pensamientos totalmente
distintos y que nos hacen interpretar las cosas de forma distinta.
Alguna vez,
algún padre me ha dicho: “No entiendo a mi hijo/a, no quiere escucharme”. Pero
a veces es tan sencillo, por nuestra parte (como padres), realizar un cambio de
paradigma sobre nuestros hijos para poder entenderlos (“nosotros a
ellos”).
¡Desaprende!